ESTADISTAS EN EXTINCIÓN… nuestra realidad


Cada año aparecen decenas de especies vegetales y animales que se anuncian   en peligro de extinción y lo preocupante es que el proceso se da en un tiempo muy corto en comparación con la línea temporal de la existencia del ser humano sobre el planeta. El deterioro a nuestro medio ambiente es galopante y esa es la motivación para el establecimiento de planes de conservación ecológica a todo lo largo y ancho de nuestro País. Bien, pero no basta.

 

Ese desarrollo “civilizado” del ser humano, si bien, trata de poner remedios para detener la devastación ecológica, de la que fue causante, se olvida de otros estragos que considero más graves, como es lo referente a la vida per se de la gente. Me refiero en concreto a la cultura de valores que diferencia, distingue y engrandece al genero humano.

 

Los esfuerzos del Estado para proteger el medio ambiente se fundamentan en la atención a los efectos y no a las causales. Si tuviésemos una cultura de valores vigente, no tendríamos esa depredación alarmante de nuestro entorno. Por otra parte, esa deficiente cultura ética se hace patente en otras facetas de nuestra vida cotidiana y me referiré en este espacio a una de ellas: la política.

 

Aún y cuando los tiempos que marca la legislación en materia electoral, las campañas para conseguir el voto no han iniciado, pero de facto sí. Empiezan los pronunciamientos de todos los aspirantes señalando su estricto apego a los reglamentos de partido y las leyes electorales. No obstante lo anterior comienzan a opinar sobre sus acciones de gobierno y claro está, aquéllas que les proporcionarán los votos para ganar la elección y con ello su objetivo primordial,  el conseguir el poder.

 

Es tedioso y desgastante para los gobernados el oír y leer a los prospectos, pues poco aportan sobre ideas básicas que denotaran su conocimiento e interés por conseguir el bien común. Nada de eso. No vemos la madera de estadistas de los pretendientes y considero que esos están en proceso de extinción, por lo que todo indica seremos gobernados por gente que usará el poder para beneficio personal y de partido. Lástima pero esa es nuestra realidad.

 

¿Será mucho pedir que se asomen a las páginas de la historia universal para que aprendan cómo gobernaban los verdaderos estadistas? Tal vez. Considero que  debería ser obligatorio  el conocimiento de los principios con los que se han regido esos brillantes estadistas. Y todos, sin excepción, han tenido como consigna la supremacía del bien común sobre el individual y de partido.

 

Me permito amigos mío señalar que en la época de la Grecia Clásica, el estadista por antonomasia, Pericles, indicaba que la selección de gobernantes debería ser por elección y sorteo; tomando como base que todos los aspirantes deberían tener la misma capacidad de gobierno. ¿Qué tal?. El Arconte Segundo indicaba que la administración de la república debería recaer en muchos ciudadanos y en particular en aquéllos que tenían conocimientos, y sobretodo la convicción de procurar el bien y honra de la ciudad-estado. Durante su gobierno se juzgaba al ciudadano que no cuidaba los bienes de la república, al ocioso y negligente y también al inútil y sin provecho. Enseñanzas helénicas.

 

Después de esos tiempos de oro de la democracia universal, los verdaderos estadistas siguieron dichos patrones con éxitos y fracasos, pero siempre manteniendo vigente ese ideal democrático tan difícil de conseguir. En los primeros han prevalecido normas para la selección cautelosa de los equipos de gobierno. Don Luis Vives, prominente pensador español, indicaba en 1519 que los consejeros de gabinete deberían tener cuatro cualidades: prudencia, experiencia, conocimiento y honestidad. Valores vigentes en el siglo XXI.

 

Ojalá y en los meses por venir oigamos algunas ideas democráticas de los candidatos y no sólo las consabidas promesas demagógicas para obtener el voto con engaño. Sueña Fisicogarcia con los gobiernos de coalición que buscan irremisiblemente el bien común. Que dichos gobiernos no tengan la necesidad de usar los colores de su partido en su vestimenta, ni en las instalaciones y obras de gobierno, ni tampoco en la papelería. Desoigamos a Nicolás de Maquiavelo que sugiere el aniquilar todo vestigio del derrotado y lucir por doquier las nuevas insignias. Sumemos por el bien de todos.

 

¿Avanzaremos? Eso espero y ojalá equivoque mi percepción. Mientras tanto sólo veo estadistas en extinción.