ARQUEOLOGIA SAN MIGUELENSE… un suspiro


Por fin le llegó la hora al sitio arqueológico Cañada de la Virgen para recibir al respetable público en el que me incluyo. Días previos a la apertura se presentó un libro más sobre el tema con los últimos hallazgos y consideraciones técnicas, cuya autoría recae en la arqueóloga jefa del proyecto. Buen libro, no esperaba  menos. De lo más sobresaliente del evento fueron los señalamientos que hizo la autora sobre las vicisitudes para llegar a ese momento. Siempre cuesta arriba. Da gusto departir con gente conocedora de su tema y que imprima  a su trabajo entusiasmo y tesón que contagia a su equipo y a quienes la rodean. Enhorabuena.

 

En otras Glosashabía comentado mi contacto con la profesionista y del estupendo diplomado que nos impartió en 2002 por espacio de casi un año con el tema:“Cañada de la Virgen en el contexto de la arqueología mesoamericana”. Al mismo tiempo de su trabajo docente, coordinaba los trabajos de reinicio de excavación de las ruinas y nos platicaba sus avances. Tuvieron que pasar varios años para poder entrar libremente al lugar, por lo que la expectación para el de la pluma era grande aún y cuando se trataba de la sexta visita.

 

La recepción de visitantes al sitio se da en una sala de introducción con imágenes de las exploraciones, entreveradas con explicaciones y  hermosos fragmentos poéticos. Rescato uno de Carlos Pellicer que dice: “La palabra pirámide, tocada por el cielo, levanta nuestros brazos y eleva nuestros ojos…”. El ambiente se eleva. Bien. De ese lugar, los visitantes son transportados hasta la entrada a la zona arqueológica propiamente dicha, donde inicia un peregrinaje de casi un kilómetro como un preámbulo y preparación a la visita del santuario, como lo fue Cañada entre los años 500 y 1000 de nuestra era. En el caminar de repente emerge la pirámide, el templo, el lugar de recogimiento y oración de los antiguos peregrinos. Respeto y admiración.

 

El sitio tiene todo para convertirse en un verdadero atractivo turístico nacional e internacional y por ello echamos las campanas al vuelo. Nuestra muy ilustre Villa de San Miguel el Grande, como se le conocía a finales del siglo XVIII, tendrá ahora ese incentivo adicional. ¿Quién iba imaginar en esos días que nuestra ciudad pudiera ofrecer como atracción a sus visitantes una zona arqueológica, que a su vez generara trabajo y bienestar a sus moradores? Nadie. El turismo como tal no había nacido.

 

 

Llama la atención que el primer interés turístico sanmiguelense no fue su paisaje, ni su clima, ni tampoco su arquitectura colonial, sino la cultura que se desprendía del lugar. En efecto, la instalación de una escuela de arte alrededor de 1940 fue el imán que atrajo centenas de extranjeros, en su mayoría estadounidenses, para aprender diversas disciplinas en el renglón de las artes plásticas; pintura, grabado, escultura y muralismo, eran algunas de las materias que se impartían con maestros de primer nivel, de la talla de Orozco, Siqueiros y Cossío del Pomar.

 

Por esos mismos años se despiertan inquietudes de nuestros mayores para proteger la ciudad, sus tradiciones y manifestaciones artísticas, ante el embate de la corriente modernista que en todo el país de daba. Asimismo se identificaban varios puntos de interés arqueológico y se hacían las primeras conjeturas. En la actualidad reconocemos las repercusiones de esas acciones, que son cimiento de la magia que ofrece la Ciudad a sus residentes y a quienes la transitan.

 

Ahora le toca a la Arqueología Sanmiguelense servir de anzuelo para estimular al turista nacional y extranjero a visitarnos, coadyuvando así a mejorar la décima posición que ocupa nuestro País a nivel mundial en ingresos vía turismo. Si se puede y es menester ahora de hacer la promoción correspondiente. Éste nuevo atractivo es un suspiro que se da en medio del ambiente negativo que nos rodea, hagámoslo lentamente y disfrutémoslo haciendo otros sueños.

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