LOS CRISTEROS … defensa de libertad


En uno de estos días de calor sofocante, me pedían mi opinión sobre el movimiento llamado “los cristeros” y con gran atrevimiento la externé de manera tal vez muy simplista pero, acorde con mi conocimiento del tema. Ahora, con el mismo desparpajo, la comparto contigo amigo de la lectura, pero a sabiendas de tu amable comprensión.

Inicio mi columna con la mención de que una cuñada de mi padre, mi tía Tina, era cristera. Cuando éramos niños y veníamos a San Miguel cada quince días, una visita obligada era a su casa, ubicada en Cuna de Allende; una casita primorosa que no le faltaba detalle y cuando nos platicaba de sus andanzas como “guerrillera” a favor de su religión, de igual manera lo hacía con gran descripción. No voy a relatar ninguna escena de las que vivió, salvo el hecho de que cuando regresaba a San Miguel, montada en un brioso caballo, después de hacer algún “mandado” para la causa, utilizaba un paliacate rojo anudado al cuello, lo que significaba que “traía parque” y blanco cuando sólo eran noticias. Qué valor, para una mujer en los años veintes, que arriesgaba su vida en vez de quedarse tejiendo calceta cómodamente, salía en defensa de lo suyo íntimo, de su fe, en defensa de libertad de creer.

Pero, ¿qué era el movimiento cristero?, se preguntarán algunos de ustedes amigos lectores, y además con justificada razón; abundo, no sin antes hago un preámbulo a mi comentario de manera que se entienda mejor, una glosa.

Al tratar cualquier tema histórico y, más aún cuando se trata de uno ligado a la religión, me parece fundamental que se aborde ubicándolo el entorno en el que se dió, de tal suerte que no se saque de contexto, pues de lo contrario llegamos incluso a aberraciones que nublan el fondo real del tema. A partir de los años en que sucedieron los hechos, nuestro País ha cambiado en todos sus órdenes, político, económico, social y religioso, por lo que es importante que nos remontemos a esos años de 1926 a 1929, a fin de entender los conflictos que se dieron en buena parte de nuestro territorio, muy particularmente en el Bajío.

Después de la obligada aclaración, entro en materia. Al concluir nuestro movimiento de independencia, el País siguió su lucha durante cien años, para tomar su propio rumbo, con decenas de gobiernos que se arrebataban el poder unos a otros, guerras fraticidas en las que se derramó sangre por doquier. A finales del siglo XIX y principios del XX, se da la llamada “paz porfiriana”, treinta años de tranquilidad y progreso material en muchos órdenes, sin embargo con grandes estragos para las clases media y baja, las más necesitadas, pues esa prosperidad sólo alcanzó a las clases gobernantes y de poder en muchas manifestaciones, incluida la Iglesia Católica.

Vino la revolución contra el poder imperante, y de nueva cuenta sin cuartel entre hermanos, en la que cayeron uno a uno los líderes que pretendían llevar el mando, y así llegamos a mediados de los años 20, cuando a la sazón presidía el gobierno Calles y pretendía debilitar al poder de la Iglesia, que como institución seguía detentando, por ella misma y compartido con sociedad y clases gobernantes, y así lo entendía el Presidente, pero de manera un tanto radical, era para él, un aspecto crucial. El objetivo era atacar al clero y todo lo que ésto representaba, y una forma de hacerlo era arremeter contra su ministerio, que no hacia sus bienes que ya habían sido afectados con anterioridad. La corriente anticlerical, sostenía además que la ciencia y progreso, eran incompatibles con la religión.

Los gobiernos callistas federal y estatales, llevaron a cabo una decidida persecución a los representantes del culto y a los feligreses mismos. Entre otras cosas, cerraron templos en todo el país, limitaron el número de sacerdotes por estado y número de habitantes, apresaron curas y monjas. En los estados de Guanajuato, Jalisco Aguascalientes y Tabasco, se agudizaron las medidas y por consiguiente los enfrentamientos.

El combate al clero se convirtió en un verdadero ataque a la religión de la gente, a lo más íntimo del ser humano, a su forma de pensar, a su Dios, a sus creencias. La población sentía todavía las secuelas de la revolución, el País era un llano en llamas, como la novela de Rulfo, muchas personas habían perdido familiares y lo poco que tenían, sus propiedades, sus cosechas, su trabajo; ahora se sentían atacadas en sus creencias, en lo único suyo: su fe. La gente salió en defensa de su libertad, y por eso fue tan encarnizada, en la que hubieron héroes que cayeron como verdaderos mártires, que no tienen ni altar ni reconocimiento alguno, pero que dejaron huella entre sus allegados, ejemplo vivo de excelsa calidad humana.

Es mi parecer amigo lector, que esa guerra cristera fue una de las luchas más estériles y más cruentas que ha sufrido nuestro País, y digo estéril, pues nada se consiguió y todo quedó igual; en el camino se produjeron miles de muertes de gente inocente que sólo buscaba defender su libertad.

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