LIBROS … regalos para la vida


Cada año por estas fechas hago recuerdos de la temporada, que en la gran
mayoría de los casos son muy gratos, por lo que a mi no me da la hoy famosa
“depresión navideña”. Gentes bien queridas que uno saluda justo en esa época,
momentos de intensa convivencia familiar, que refuerzan los vínculos
fundamentales, ratos de distracción para romper las rutinas, y también, porqué no
decirlo, los regalos con motivo de la Navidad.

En este año, mis hijos abogados me hicieron feliz con un obsequio muy peculiar,
un libro, y no por el hecho de ser un libro, pues, gracias a Dios, casi todos mis
regalos lo son, sino por el tema, la autoría y la edición. Se trata de un libro que
lleva por título “Entre libros”, de Corina Armella de Fernández Castelló, que hace
un paseo por media centena de bibliotecas privadas, en el que cada dueño escribe
lo que siente por su espacio y un fotógrafo deja huella de algunos rincones de tan
especiales lugares. La lectura del libro y sus ilustraciones, han traído a mi
memoria escenas familiares comunes, y también me ha hecho retomar ideas
sobre mi biblioteca y sus libros, que he venido almacenando a lo largo de los años
de lector, que ahora quiero compartir contigo, querido colega amante de la lectura.

Los libros han sido para mi, regalos para la vida, así, desde niño era un regalo
acercarme a la colección infantil “El libro de oro de los niños”, donde leía cuentos
clásicos, fábulas y adivinanzas que llenaban tiempos de juego fomentando mi
imaginación. En esa etapa no recuerdo haber leído un libro por obligación, eran
tentaciones en los libreros de la casa para entrar a mundos fantásticos. Allí
estaban acomodados esperando la clientela.

Después vinieron tiempos escolares con los maristas, en los que se nos
fomentaba la lectura con el auxilio de textos con selecciones de autores diversos,
por lo que tuve la oportunidad de acrecentar mi gusto por ella, que se fue
transformando en verdadero cariño a los libros y sus recintos. Por esas fechas
juveniles me llamaban la atención los libros y libreros; de la casa de mis abuelos
aquí en San Miguel, que aunque no había una biblioteca en forma, nunca la hubo
en esa casa, los libreros contenían temas de arte colonial que con permiso, me
permitían sacar. En Guanajuato Capital, la situación era diferente pues allí, los
libros de mi bisabuelo Nicéforo estaban en un sitio especial, en su biblioteca, con
libros ordenados y catalogados por él mismo. Yo ya tenía a muy corta edad la
pauta.

En los años de bachillerato y universitarios, gozaba el estudiar en grupo en los
estudios o bibliotecas de mis amigos, apreciaba los sitios como tales, lugares en
los que había una infinidad de temas por abordar, un universo que se ofrece y que
sólo los lomos dan la pista de los contenidos. Ya en esa época, compraba libros
necesarios para mis estudios y otros para mi curiosidad, gracias al apoyo
económico que mis padres me ofrecían, y así pude iniciar, sin un plan
preconcebido, mi propia biblioteca. Tenía mis libros en sus libreros y no pasaban
de cien.

Ya felizmente casado, pude tener un espacio para nuestros libros, una pequeña
biblioteca, que empezó a crecer con nosotros, primeramente albergaba títulos de
la profesión en física, matemáticas, hidrología, administración, además de
diccionarios de todo tipo y enciclopedias de carácter general, colecciones diversas
que comprábamos en abonos y después, se le han venido sumando libros de todo
lo que nos ha inquietado, arte, literatura, geografía, religión, historia universal y
desde luego, historia de México, tanto general, como de Guanajuato y San Miguel.
La novela histórica me encanta. Mi gusto por los temas de Derecho, viene del
ascendiente familiar, ahora más por mis hijos juristas. El material que tenemos es
el respaldo para mi trabajo de consultoría y para mis escritos como el que ahora
tienes a la vista amigo lector, es fuente de entretenimiento, de compañía, y
también en ellos están infinidad de recuerdos de la vida.

Nuestra biblioteca, resulta para nosotros el sitio más acogedor de la casa, lugar
preferido para la reunión familiar y con los amigos platicones, sitio de lectura del
que ésto escribe, de mis hijos y ahora de mis nietos. La biblioteca siempre ha sido
un lugar abierto, nunca ha sido mi despacho, sino la sala de todos. En tiempos
recientes, he dedicado dos tablas de la parte alta de ella, pero de fácil acceso y
protegido, una centena de libros para los niños, quienes ya saben dónde pueden
encontrar algo de su interés. Los libreros nunca han estado ordenados al cien por
ciento, pues siempre hay libros nuevos, que esperan acostados les de un sitio
propio; creo que siempre será así.

Espero que los libros sigan siendo para mi, regalos para la vida.

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